Mi nombre es Leyna, y su
significado ahora tiene poco sentido para mí. “Medio ángel”, Ja! Qué irónico.
Fui
la hija mayor de siete hermanos y por ello la única instruida un poco en el mundo de las
letras. Mi padre trabajaba en una pequeña librería que le dejó su padre antes
de morir de una manera un tanto extraña: desapareció un día y no se volvió a
saber nada de él. El oficio de éste ha sido la llave que me ha abierto la
puerta de un mundo de saber y conocimientos. Mi madre ayudaba a mi padre en la
librería, aunque cuando nuestra familia empezó a crecer dejó la tienda y me
puso a mí en su lugar. Los beneficios de la tienda eran la cantidad justa y
necesaria para alimentar a seis pequeños y a ellos dos mismo.
El
resto de mis hermanos no han tenido la misma suerte que yo en los estudios.
Somos tres niñas y cuatro niños. Todos los chicos, menos el pequeño Eldwin que
aún tiene 6 años, trabajan en el campo recolectando trigo, cebada y demás
cultivos. Las chicas tampoco han tenido
más suerte en el ámbito laboral, ya que Isabelle trabaja como sirvienta en una
casa de Condes, y Freida teje para los ricos
nobles en un telar prestado.
En
cuanto a mí… Todo ha pasado muy deprisa. Fui al colegio hasta los 12 años pero tuve que salir porque mis padres no alcanzaban a
pagar las cuotas exigidas por las monjas. A los 14 mi padre me metió en la
librería de dónde sacaba todo el conocimiento posible. Leía libros de medicina,
religión, novelas, poesía… cualquier libro era bueno para mí. Pero algo cambió
el rumbo de mi vida cuando un día cierta noticia dejó a mi familia sumida en la
más oscura negrura. Aún me duele recordar aquel día, pero allá vamos...
Acababa
de amanecer y mi padre se disponía a salir para abrir la librería. Mis hermanos
se preparaban para a partir hacia sus tierras de labranza. Mi madre y yo
recogimos los restos del desayuno y, después,
yo también salí hacia mi lugar de trabajo. Mis dos hermanas se quedaban
acostadas puesto que su jornada laboral comenzaba más tarde y el pequeño Eldwin
tampoco estaba aún despierto. El día transcurrió sin incidentes, y quizá lo único “raro” fue la visita de un
señor encapuchado cuando ya había atardecido. El señor pidió ver a mi padre, y
cuando éste salió de la trastienda, el encapuchado abrió la puerta y sin decir
ni una sola palabra se marchó. Ese hombre desde un principio no me dio buena
espina. Pregunté a mi padre si lo conocía y me dijo que lo había visto
frecuentar la taberna por las noches pero que jamás había prestado la más
mínima atención por él. De hecho me confesó que jamás se habían mirado a los
ojos directamente.
Como
todos los días yo salí un poco antes de mi trabajo. Mi padre se quedaba
contando y recaudando el dinero que habíamos conseguido en el día. Cuando
regresaba a casa me di cuenta de que las calles parecían desiertas. Hacía mucho
calor, y al fresco de la noche las mujeres salían a las calles para hablar y
los niños a jugar, pero ese día todo estaba calmado, en silencio. Demasiado silencio,
quizás. Cuando llegué a casa los chicos
ya estaban allí, esperando para cenar. Esperamos a que mi padre volviera de la
tienda, pero después de mucho esperar y al ver que no llegaba, mis hermanos
decidieron ir a la tienda a buscarlo. Quizás tenía problemas con la caja o no
podía colocar algún libro que debía ir en el estante alto. Cuando mis hermanos
volvieron dijeron que la tienda ya estaba cerrada, y que no había señales de mi
padre. Al día siguiente también esperamos
su llegada, pero tampoco llegó.
Habían
pasado ya dos días de la desaparición de mi padre cuando un agricultor llegó
con muy malas noticias. Habían encontrado su cuerpo despedazado en un campo cercano
al lugar dónde trabajaban mis hermanos. Mostraba muchos signos de violencia, y
alguacil atribuyó el asesinato a una pelea por tierras o por dinero, o quizá le
habría atacado un animal salvaje. Era la vida de un simple librero, así que
tampoco importaba mucho. Pero yo sabía que no podía ser así. Algo había pasado
y yo no podía quedarme parada.
Nos
mantuvimos con los sueldos de mis dos hermanos más pequeños (incluido el
pequeño Eldwin que se puso a trabajar recogiendo estiércol en una establo de la
baja nobleza), ya que el resto ahorraba para poder casarse pronto y salir de
casa. Yo no tenía planes de casarme por ahora, había otra cosa que me
martirizaba todas las noches. Tenía que descubrir que había pasado, y para ello
usé todo mi poder de inteligencia.
Sabía
que mi padre no tenía enemigos, por tanto la idea de “pelea” quedaba desechada.
Así pues, investigué lo que pude entre los soldados del pueblo, pregunté a
quién pude, pero mi condición de mujer… me dejaba muy fuera de los altos
cargos, los que de verdad podrían saber algo.
Un
día, hablando con una señora de la calle que parecía conocer a mi padre me
llegó un hombre desconocido. La señora pareció asustada y se fue antes de que
terminásemos de hablar, y entonces me di
la vuelta. Tenía ante mí a un hombre muy alto y fuerte, era tres veces yo.
Vestía una túnica negra hasta los pies, y la ajustaba a su cuerpo con una soga
a la cintura. Mantenía su cara cubierta por completo con una gran capucha. La
túnica no parecía muy lujosa, seguramente sería lana floja, pero la llevaba
impoluta, impecable. A su lado me sentí un poco miserable. Sólo habló una vez,
y después desapareció.
- No te metas dónde no te llaman, niña. No estás
buscando la solución a la muerte de tu padre, estás buscando la tuya propia. Si
de verdad aprecias tu vida, deja esto antes de que sea demasiado tarde.- Alzó
ligeramente la cabeza, lo justo para poder ver sus ojos, que a pesar de ser
fríos y calculadores tenían cierto matiz de tristeza y pena que no entendí.
Cuando
terminó de hablar desapareció. No lo vi por dónde se fue, sólo vi que al
momento estaba sola. Era casi de noche, el sol ya no asomaba por el horizonte y
apenas se podía ver mucho más de tus pies.
Estaba deseando llegar a casa, pero otra figura misteriosa me asaltó en
la calle. Antes de que me diera tiempo a gritar estaba metida en algo parecido
a un saco, maniatada y con un trapo en la boca. Cuando me sacaron del saco
estaba frente a un señor joven, pero en sus ojos se veía que habían pasado
muchos años por ellos. La sala parecía muy antigua y miles de cacharros
colgaban por todas partes. A mi derecha pude reconocer al hombre que había
entrado aquel fatídico día en la tienda, y que seguramente algo tuvo que ver
con la muerte de mi padre. El joven que
pude asocié como “jefe” habló primero:
- Te has pasado de lista. Has intentado poner al
descubierto lo que tantos años hemos conseguido ocultar, así que ahora, al
igual que tu “amigo” pasarás a formas parte de lo que has intentado hundir.
Eres demasiado joven para andar jugando a los crímenes ¿no crees? Mira lo que
le ha pasado a tu protector- Cuando el espécimen se movió a un lado, dejó ver
un cuerpo igual de mutilado que el de mi difunto padre. Por la túnica pude
reconocer que era el hombre que me había avisado esa misma tarde. Ahora su cara
estaba descubierta y la reconocí al momento. Era mi abuelo, el padre de mi padre.- Él también se metió dónde
no debía. Fue convertido en algo en contra de su voluntad e intentó despojarse
de ello, pero una vez que está en este mundo… nada puede revocarlo. – Se movió
muy rápido y mis ojos no siguieron su estela.
A
continuación sentí que algo se acercaba a mí por la espalda, y que un placer
recorría mi cuerpo, intenté hablar:
- Pero ¿qué está pasando? ¿qué tiene que ver mi
padr…?- No me dio tiempo a acabar la frase cuando el placer me inundó por
completo y todo se volvió negro…
***
Ahora,
muchos años después de aquella noche, viajo todo lo que puedo, busco cosas en
las que entretenerme e intento olvidar todo lo que pasó en aquellos días. Con
un poco de investigación he conseguido averiguar que mi abuelo, tras ser
convertido en vampiro intentó despojarse de su clan y su sire, y quiso
convertirse en un vampiro libre. Como castigo, el sire de mi abuelo llamado
Leonardo, del clan tremere, decidió hacérselo pagar con la muerte de su propio
hijo, mi padre. Cuando yo me metí para investigar, de nuevo el que mandó matar
a mi madre, me mandó matar a mí, como “castigo extra”; pero el conocimiento que
había adquirido en la librería fue una golosina que gustó a Leonardo y por eso,
en vez de matarme me convirtió.
No
puedo deshacer lo que ya está hecho, pero sí luchar por lo que mi instinto me
dice. No quiero ser lo que es mi sire, ni ser lo que mi naturaleza conlleva. Y
haré todo lo posible porque así sea.
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